El caso Watergate y la importancia del secreto profesional en el periodismo de investigación
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Por David R. Lorenzo |
Alcanza una posición jurídica particular por
razón de su ejercicio que le diferencia del resto de la ciudadanía y de otras
profesiones que, pese a tener reconocido el derecho al secreto profesional,
dicho reconocimiento no tiene acogida constitucional.
Es una figura, que
constituye un privilegio en comparación con otras profesiones, que, aunque lo
poseen en sus leyes y estatutos, no alcanzan esa magnitud y categoría.
Al periodista, se
le otorga ese privilegio en virtud de lo que ejerce, que es el derecho de
información y la libertad de expresión, que también están consagrados en la
Constitución dominicana y que constituyen la base fundamental del sistema
democrático.
En algunos países
ese derecho no sólo abarca al comunicador, sino también, en virtud de su
trabajo, puede incluir a otros trabajadores de la prensa, que, por la
naturaleza, anduvieran con él y fueran partícipe de la investigación, como
pudieran ser choferes, fotógrafos y Camarógrafos.
Con él se procura,
además, que personas que tengan datos relevantes sobre algún crimen o delitos
de interés público no se desincentiven a informarlos ni sientan temor de ser
descubiertos o perseguidos judicialmente.
Se otorga para que
el periodista pueda ejercer su trabajo con toda libertad, sin temor a ser
perseguido judicialmente u obligado a testificar para revelar la fuente de la
información. De esa manera, no se le puede obligar a revelar la fuente, el
nombre, la imagen, la voz y los datos personales de quien o quienes les ofrecen
la información.
Lo que sí se
exige, es que el periodista pueda sustentar su denuncia con pruebas, y no con
argumentos infundados o documentos adulterados, porque no está liberado de la
veracidad de la información.
Por igual, en
sentido inverso, la Ley no puede castigar al investigador que decida por mutuo
propio, revelar la fuente, porque ese hecho no constituiría un delito penal,
sino una falta de ética.
En la República
Dominicana el secreto profesional del periodista está consagrado en el numeral
3 del artículo 49 de la Constitución. El secreto profesional alcanzó su mayor
dimensión mundial en el famoso caso “Watergate”, cuando uno de los hombres del
presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, decidió en el 1973 contar toda
la trama de un aparente robo en al cuartel general del Partido Demócrata en el
edificio Watergate, de Washington, que terminó siendo la mayor investigación
periodística de la historia que provocó la renuncia del gobernante, el 8 de
agosto del 1974.
Todo se inició el 17 de
junio de 1972 cuando cinco individuos, que aparentaban ser ladrones comunes,
pero que en realidad eran agentes encubiertos, tenían como misión colocar
micrófonos ocultos e intervenir teléfonos en la sede del Partido Demócrata,
ubicada en el edificio Watergate de Washington, a pedido del Comité de Campaña
de Nixon, pero fueron descubiertos por la policía cuando forzaban la entrada.
Frente a un hecho que
parecía algo sin muchas transcendencias, dos periodistas considerados novados
Robert Upshur "Bob" Woodward y Carl Bernstein, del periódico
Washington Post fueron enviados para cubrir la audiencia preliminar de los
presuntos ladrones.
Pero, durante el juicio
salió a relucir que uno de los acusados, James W. McCord Jr., era un ex
integrante de la CIA y coordinador de seguridad del Comité para la Reelección
del Presidente Richard Nixon, y eso dio lugar a que se investigara un poco más,
sin saberse hasta donde se llegaría.
En el transcurso un importante personaje que conocía muy bien la trama, decidió contar a Woodward todo lo que había detrás de lo que se consideró un simple asalto.
El personaje, por razones que todavía son
objetos de debates y especulación, decidió contar secretamente Woodward todo lo
que sabía, incluyendo cómo fue que el entonces presidente Richard Nixon había
avalado primero y encubierto después el asalto al cuartel general del Partido
Demócrata.
El nombre del
delator fue el secreto mejor guardado de los Estados Unidos, ya que el
periodista, pese a las presiones que recibió no lo delató. Sólo se le conocía
como “Garganta Profunda”, que era el título de una película porno que se
exhibía en la época.
Escogió ese
pseudónimo, porque para él representaba un símbolo de oscuridad y de lugares subterráneos,
con que se caracterizan los lugares donde se reunía con Woodward, quien era el
único que conocía su identidad, y le había prometido no revelar el secreto
hasta después de la muerte de éste.
durante treinta y
tres años permaneció sin saberse el nombre del delator, constituyéndose en el
secreto mejor guardado del periodismo en el mundo, hasta que, en el 2005, el
llamado “Garganta Profunda”, ofreció una entrevista a la revista Vanity Fair y
descubrió su identidad, cuando tenía 91 años y creía que era hora de terminar
con el acertijo. Su nombre lo fue Mark Felt, quien increíblemente en la época
de Nixon era el número dos del Buró Federal de Investigaciones (FBI).
Felt murió 3 años
después, a la edad de 95 años, el 18 de agosto del año 2008, en un centro de
salud cerca de su casa en Santa Rosa, California.
El caso fue un
entramado difícil y complejo, que le valió ganar el premio Pulitzer a los dos
periodistas, el 7 de mayo de 1973, y hasta el momento es la mayor investigación
periodística que se haya realizado y el secreto profesional mejor guardado.
Aunque el secreto
profesional del periodismo está consagrado en la Constitución de la República,
es necesario aprobar una ley que lo regule y que establezca las normativas
sobre su protección, en las circunstancias en que se debe aplicar y a quiénes debe
protege, entre otras cosas, como una forma de garantizar el derecho a la
investigación y proteger al sistema democrático de los transgresores de la Ley.
Junto a la
cláusula de conciencia, son dos herramientas básicas del periodista para hacer
frente a los poderes de cualquier tipo.
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